Ya antes de la llegada de la
República Manuel Azaña era un defensor a ultranza de la realidad nacional
catalana. Este sentimiento se manifestaría en diversas ocasiones, tal vez la
más importante fuese la defensa del Estatuto de Cataluña que hizo en las Cortes
Constituyentes en 1932.
En 1930, Manuel Azaña decía en Barcelona:
“Siempre había admirado a Cataluña, desde lejos o en cortas estancias
en Barcelona, su civismo fervoroso, su viva sensibilidad para la cosa pública,
su cohesión nacional. Cualidades todas que, animadas por el irrevocable
propósito de alcanzar la plenitud de la vida colectiva y por el amor a vuestra
tierra (…) han producido el gran renacimiento catalán, cuya culminación está en
vuestra propia cultura y en esta maravillosa ciudad vuestra.”
Así comenzó Manuel Azaña (en ese momento presidente del
Ateneo de Madrid) su discurso en la sobremesa de una comida que el 27 de marzo
de 1930 un grupo de intelectuales catalanes ofrecieron a una delegación de
intelectuales madrileños al final de una visita de varios días a Barcelona para
intercambiar opiniones y experiencias sobre la situación de Cataluña. Manuel
Azaña expresaba así su admiración por Cataluña.
Seguía diciendo Azaña:
“Tenía yo, o creía tener, la comprensión del catalanismo. Me habéis
dado algo más fecundo: la emoción del catalanismo. ¿Cómo percibir la
diferencia? Está claro: antes comprendía el catalanismo. Ahora, además de
comprenderlo, siento el catalanismo”.
Un poco más delante de su discurso, Azaña expone su visión
de la relación de Cataluña con España:
“Yo concibo, pues, a España con una Cataluña gobernada por las
instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia
voluntad. Unión libre de iguales con el mismo rango, para así vivir en paz. (…)
Y he de deciros también que si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y
resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitirlo y nuestro
deber consistiría en dejaros en paz, con el menor perjuicio posible para unos y
otros, y desearos buena suerte…”
Seguidamente, Azaña señala que la solución de los problemas
que Cataluña tiene con España está en la República, en la caída de la
monarquía. Azaña finaliza su discurso con estas palabras:
“En resumen: queremos la libertad catalana y la española. El medio es
la revolución; el objetivo, la República (…) Si estamos de acuerdo en todo esto
bien podemos esperar que nuestra visita a Barcelona será inolvidable.”
Como vemos, en marzo 1930 Azaña era un ferviente defensor del sentir catalán y de la necesidad de que este sentimiento diferenciador se plasmase en un autogobierno catalán dentro de una España republicana.
En agosto de 1930 se celebró en San Sebastián una reunión
promovida por Acción Republicana (partido que presidía Azaña) a la que
asistieron representantes de casi todos los partidos republicanos, quienes
firmaron el llamado “Pacto de San Sebastián” (más adelante suscrito también por
PSOE y UGT), con el que se establecía una estrategia para derrocar a la
monarquía de Alfonso XIII y proclamar la República. En este pacto se mencionaba
el hecho diferencial catalán, con la aceptación de la presentación a las
futuras Cortes republicanas de un estatuto redactado libremente por Cataluña
para regular las relaciones de Cataluña con el Estado español, acuerdo que se
hacía extensivo a todas aquellas regiones que sintiesen la necesidad de
autonomía.
Ya en el Gobierno, después de la proclamación de la
República y antes y después de la aprobación de la Constitución de 1931, Azaña
será uno de los mayores defensores de la autonomía de Cataluña y de su Estatuto,
como lo prueba la defensa que del mismo hizo en sus intervenciones que como
Presidente del Gobierno pronunció ante las Cortes Constituyentes el 22 de octubre
de 1931 en una respuesta a Miguel Maura y el 27 de mayo de 1932 en defensa de
la aprobación del Estatuto.
Los debates sobre el Estatuto (llamado Estatuto de Nuria por ser en esa localidad donde se redactó) y las
enmiendas que al mismo se presentaron ocasionaron grandes enfrentamientos:
mientras los partidos republicanos, los socialistas y los nacionalistas eran
partidarios del Estatuto, los partidos de derecha estaban radicalmente en
contra, así como parte de los intelectuales de la época. Y fue la perseverancia
de Manuel Azaña la que sacó adelante la autonomía catalana.
En su intervención parlamentaria del citado 27 de mayo de
1932, después de un análisis de la situación de los debates durante los meses
anteriores, Azaña decía:
“Por primera vez en el Parlamento español se plantea en toda
su amplitud, en toda su profundidad, el problema de las aspiraciones
autonomistas regionales españolas, no por incidencia de un debate político, no
por choque de un partido con otro partido, no por consecuencia o reparación de
un cambio ministerial (…), sino delante de un proyecto legislativo, delante de
un texto parlamentario, que aspira, ni más ni menos, que a resolver el problema
político que está ante nosotros.”
“Cataluña no es el extranjero; hay que tener presente que el
temor, el pánico casi, ante una posible desaparición de la lengua castellana en
las regiones autónomas no tiene fundamento alguno; y no lo tiene, en primer
lugar, porque la competencia lingüística en el territorio español no puede
estar sometida en su victoria o en su derrota al régimen político; eso sería un
desatino…”
“Señores diputados, con este sentimiento de colaboración, con
este sentimiento de unidad profunda e interior de todos los españoles, es con
el que yo invito al Parlamento y a los partidos republicanos a que se sumen a
esta obra política [la autonomía de Cataluña], que es una obra de pacificación, que es
una obra de buen gobierno.”
Aprobado finalmente el Estatuto de Cataluña el 8 de
septiembre de ese año, es evidente que sin el apoyo de Azaña el resultado no
habría sido el mismo.
El 15 de septiembre se firmó el Estatuto en San
Sebastián, en un acto presidido por el Presidente de la República, Alcalá
Zamora. Días más tarde, Azaña visitó Barcelona, donde se mostró eufórico:
"El hecho que celebramos no
es un hecho catalán, sino un hecho español, y más diré: un hecho de la historia
universal, y es probable que sea la República española, con sus soluciones
autonomistas, la que en adelante señale los caminos a seguir a otros pueblos
europeos en situación más o menos semejante a la nuestra."
Una vez aprobado el Estatuto se formó un gobierno
provisional de la Generalitat presidido por Francesc Macià, que convocó elecciones para elegir al
Parlamento catalán para el 20 de noviembre. Las elecciones dieron la mayoría absoluta al partido de
Macià (ERC), que obtuvo 57 de los 85 escaños de la cámara catalana. Como
consecuencia de las elecciones, el parlamento eligió el 13 de diciembre a Lluís Companys, de ERC, como Presidente del
Parlamento de Cataluña, y el 14 de diciembre eligió a Macià, como Presidente de la Generalidad de Cataluña.
En 1934, a raíz de la revolución de Octubre y el intento
de proclamar la República Catalana, el gobierno Lerroux-CEDA suspendería el
Estatuto, que sería restablecido en 1936 con Manuel Azaña como Presidente del
Gobierno tras el triunfo electoral del Frente Popular, siendo Llius Companys el
nuevo Presidente de la Generalitat.
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NOTA: Este artículo ha sido publicado en el número 68 (oct-dic 2017) de la revista POLÍTICA, órgano de información de Izquierda Republicana.
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